En las últimas semanas, autoridades estadounidenses dieron a entender que, como parte de las sanciones al gobierno de Nicolás Maduro, se estaba considerando la interrupción de importaciones de petróleo de Venezuela, el tercer mayor exportador de petróleo a Estados Unidos.

Sería una reacción a la convocatoria por Maduro de una elección para componer una Asamblea Constituyente en Venezuela, proceso muy criticado por Washington y otros países.
Una de las razones por las que Estados Unidos puede darse el lujo de discutir esto sin que haya riesgo de “suicidio económico” está enterrada en un sistema de cuevas en el Estado de Lousiana, en el sur del país.

El gobierno almacena allí cerca de 700 millones de barriles de petróleo in natura, suficiente para satisfacer las necesidades del país durante varios meses, un recurso importante si hay alguna crisis de desabastecimiento.
Al fin y al cabo, las importaciones se mantuvieron. El lunes, un día después de que Maduro anunciara su victoria en la votación, el gobierno estadounidense anunció medidas que se limitan a sanciones personales contra el presidente venezolano.

“Las elecciones ilegítimas de ayer confirman que Maduro es un dictador que desprecia la voluntad del pueblo”, afirmó el secretario de Tesoro estadounidense, Steven Mnuchin.

Este episodio deja clara la importancia de esta reserva estratégica, que puede tener un papel aún más vital si Estados Unidos decide ampliar las sanciones.
Pero no hace mucho tiempo que el presidente Donald Trump propuso vender buena parte de ella para aliviar los problemas fiscales de su gobierno. ¿Por qué?

Como se originó

El origen de esa reserva se remonta a 1973, cuando países árabes impusieron un embargo a la exportación de petróleo a Occidente como represalia por su apoyo a Israel. Esto fue un gran golpe para la economía global, de la que Estados Unidos no escapó.

Los precios de la gasolina se dispararon. Las colas enormes se formaron en los puestos del país. Y buena parte de la infraestructura industrial estadounidense, basada en la premisa del combustible barato, quedó bajo amenaza. En 1975, Estados Unidos reaccionó creando su inventario en medio de cuevas rodeadas por formaciones salinas.

El mantenimiento de este sistema cuesta cerca de 200 millones de dólares . A cambio, el país suele salir ileso de episodios que involucraron interrupciones en las importaciones de petróleo, como la Guerra del Golfo, en 1991.
La reserva también fue accionada en otros momentos, como, por ejemplo, tras la destrucción provocada por el huracán Katrina, cuando la infraestructura energética estadounidense fue afectada, y el petróleo en stock fue utilizado como medida de compensación.

Los intereses de Trump en vender

Irónicamente, en un momento en que la reserva estratégica puede adquirir aún más relevancia a causa de la crisis venezolana, Trump viene considerando vender una parte sustancial de ella.

En mayo, el gobierno estadounidense lo propuso para reducir la deuda pública. Se venden cerca de 300 millones de barriles, casi la mitad del stock, a lo largo de la próxima década. Esto podría dar al país 16.000 millones de dólares, asegura Trump.
Lo que nadie sabe es cuánto costaría a Estados Unidos una crisis externa que dejara el país sin petróleo por un período de tiempo y en la que no fuera posible recurrir a esa reserva de emergencia.
Por el momento, la propuesta sigue en discusión. Mientras tanto, debajo de las formaciones salinas de Luisiana, un tesoro sigue almacenado y permitiendo a los estadounidenses respirar más tranquilos en su interacción con el turbulento mundo de la industria petrolera.

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